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lunes, 3 de agosto de 2009

concierto de Edgar Oceransky en Libertad 8

publicado en valladolidwebmusical



Llegaba al libertad 8, el artista mexicano con apellido polaco algo difícil de pronunciar, Edgar Oceransky y, a eso de las 20:30 comenzó, cantando a capela, a modo de homenaje, la canción de “Luz”, del recientemente fallecido (22 de Marzo), Marcial Alejandro.

Tras lo cual, se dirigió a los que nos dábamos cita en el Libertad 8 para indicarnos que dirigiría el concierto como si de una historia se tratase, de forma que una canción sirviera de hilo argumental a la siguiente. Y así lo hizo, y así, también, trataré de transmitir lo que sucedió en la tarde del jueves 23 de Julio.

Comenzó comentando que fue allá, en los tiempos de universidad, donde conoció a la primera persona que le hizo sentir. El problema, como tantas veces, era que ella no estaba sola. Aun así, un día se armó de valor y logró arrancarla, para perdersejuntos, “Como un ladrón” de una fiesta. Aunque como no hay una sin dos, ni dos sin tres, con los encuentros furtivos que siguieron, “Volver a perdernos” sonó en la el pequeño escenario de la calle libertad.

La historia continuó, sus vidas continuaron, ella decidió establecerse en París, y un buen día lo llamó, vente a verme, ven a París, y así lo hizo, y mientras volaba se imaginó la siguiente canción “Kilómetros de cielo”, con la ponia fin a esta primera historia de amor y desamor.

Sin embargo, comentó Edgar, algo le dejó. Más allá de los recuerdos, las vistas de la ciudad de la luz y de otros tantos problemas y satisfacciones, ella logró que adquiriera un hábito, el de volar, el de viajar.

Y viajó, y uno de sus viajes le llevó a Cuba con un amigo que disfrutaba de sus últimos días de soltería. De esta playa a aquella, de esta calle a la de más allá, de un bar a otro… y en uno de ellos, más concretamente en el “Gato tuerto”, coincidieron con una camarera. Edgar se acercó, la miró y… compuso “Las calles de la habana”

Punto y aparte en la redacción, tras esto la actuación cambió, se salió del guión que estaba siguiendo para tratar de enganchar más a los que nos habíamos dado cita, porque, la verdad, tampoco es que el público estuviese demasiado entregado, no por falta de saber hacer de Edgar sino porque, quieras que no, Madrid, en verano, se parece un poco a una ciudad fantasma, y éramos pocos, demasiado pocos.

Quizá hubiese sido una buena oportunidad para romper radicalmente con la dinámica clásica de los conciertos, quizá hubiese sido un buen momento para pedir que encendieran las luces bajar del escenario y acercarse sin micrófono a los que ahí estábamos como golpe de efecto, como ya han hecho otros, quizá.

Sin embargo no fue así y Edgar siguió tirando de oficio, tuvo comentarios más acertados que otros, entre los menos acertados, los de la belleza temprana femenina que sirvió como excusa para que sonara “La recuerdo así”, y entre los de buen artista, aquel en el que vino a decir que todos los países tienen sus canciones tristes, los fados, los boleros, los tangos… pero todas hablan casi siempre, en mayor o menor medida, de desamor. Desamor que el probó, según siguió comentando, con su mayor intensidad junto a la persona que le inspiró el bolero con el que continuaba su actuación “Demasiado bueno”, así como la siguiente de sus canciones “Con tu partida”.

En este punto, el mexicano aceptó peticiones, y se vio sorprendido puesto que la primera petición fue “Quien quiere el paraíso”, una canción que no ha llegado a grabar aun. Tras esta “Un beso grande”, que surgió, según contó, tras el consejo de un amigo, poco agraciado físicamente, pero con gran éxito en sus conquistas.

Íbamos acercándonos al final, momento en el cual Edgar ya había vuelto a conectar con el público, sin entusiasmos pero con interés, y tras un breve comentario sobre hombres y mujeres y su forma de interpretar el día a día, entonó “Estudio de los delfines”, que continuó citando una frase Rainer Maria Rilke, La infancia es la verdadera patria, que sirvió de prologo a su canción “Faro”, una de las peticiones que había recibido, al igual que la siguiente “Que tristeza”, para casi acabar con la que, para mi gusto, es la mejor canción de este cantautor mexicano, “Juro”.

Tras esto, después de recibir los primeros aplausos, Edgar tenía una sorpresa final. Volvió a preguntar si alguien aun tenia alguna petición, y entre todos se oyó a alguien decir, algo que sepa a Tequila, y con una muy breve introducción acordándose del poeta mexicano de Chiapas Jaime Sabines, nos regaló una ranchera de esas que hacen que te levantes del sitio para aplaudir, “Nada contigo (La banqueta)”.

En resumen, un buen concierto, llevado con interés y buen hacer, tal vez, hubo momentos de la actuación en los que la entonación recordaba demasiado a la imagen más típica del artista latinoamericano cantando baladas melosas (en plan Marc Anthony), que habrá a quien entusiasme, aunque, bajo mi punto de vista, no era necesario, de todas formas esto no enturbió lo que fue una actuación muy completa.

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